lunes, 10 de diciembre de 2018
Elogio del hijo de puta
Recuerdo ver THE PLAYER en el cine el año de su estreno, estrenando apenas yo mi mayoría de edad. Por aquel entonces me fascinaba el cine de Robert Altman, aquel director que amaban en Europa y odiaban en América, y que por entonces, a comienzos de los noventa, no atravesaba su mejor época. Sin embargo, pese a los fracasos y errores personales, Altman siempre tuvo algo que fue lo que le mantuvo con vida y le permitió disfrutar de un tardío pero merecido éxito: el respeto y la admiración del gremio del cine. Por ello seguía teniendo a los mejores actores y actrices a su disposición, el mejor equipo y los mejores guiones. Altman podía permitirse planos secuencia de cinco minutos y localizaciones en casi cualquier lugar del planeta, y quizá sólo era porque, al fin y al cabo, "todos querían trabajar con Robert Altman". Y mucho de eso hay en THE PLAYER, aunque también hay mucho más, cómo no. Embutido en un dilema moral dosteivskiano, se nos cuenta el día a día de un reputado productor de Hollywood, que empieza a recibir cartas amenazadoras, supuestamente de un guionista al que rechazó en algún momento. Cuando cree haberlo identificado, urede un plan para tenerlo frente a frente y averiguar qué ocurre realmente, pero las cosas se desmandan y el guionista muere a manos del productor (y es sólo una de las múltiples metáforas metanarrativas que se desparraman por toda la película), por lo que seguidamente pasa a ser sospechoso. Tim Robbins encarna genialmente al tiburón frío y calculador, pero que no puede evitar, por ejemplo, conocer en persona a la pareja del hombre que acaba de asesinar y verse embarcado en una espiral de sucesos inexplicables. Su papel explica por sí solo a una industria, a la que Altman amaba y detestaba por igual, y sus actos la definen a la perfección: Hollywood como la fábrica de sueños por fuera, que se tornan en pesadillas cuando estás dentro. Y el guion, adaptado por Michael Tolkin sobre su propia obra, erige en protagonista al despreciable, indaga en sus motivaciones e incluso se permite compadecerlo cuando nadie más lo hace; y en su bilioso e inesperado desenlace, hay más verdad que en las noticias, que casi nunca nos permiten acceder al triunfo de un hijo de puta cualquiera, ni a los cadáveres que deja a su paso...
Magistral.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
2 comentarios:
También la vi cuando la estrenaron. O más bien cuando la preestrenaron (en el festival de cine de San Sebastián). Luego la revisé algún tiempo después y aún aguantaba. Está muy bien. Tiene mucha coña. Yo todavía menciono eso de "No Bruce Willis, no Julia Roberts"...cuando hago ver que por vender algo estamos dispuestos a tracionar lo que sea si el público lo pide.
Ese es el mensaje fundamental de la película, que Hollywood es capaz de hacer cualquier cosa por la cuota de pantalla, y que el artista es inmediatamente fagocitado por ese monstruo sin emociones encargado, paradójicamente, de fabricar emociones artificiales. Altman tenía que deambular por los márgenes de la industria para acercarse a lo que quería rodar, es una constante en su cine, y esta es su película más elocuente al respecto. La volví a ver hace muy poco y me gustó incluso más que entonces... Un saludo, tocayo...
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