lunes, 27 de enero de 2014

Viento entre susurros



Hablar de un creador de imágenes como Philippe Grandrieux insistiendo en un vanguardismo que no le hace justicia, a tenor de su cada vez mayor acercamiento a un lápiz primitivista, deja demasiadas cosas fuera del ámbito de uno de los cineastas más interesantes de las dos últimas décadas. Su penúltimo film, UN LAC, es de hace unos seis años, y supone el ingreso definitivo de Grandrieux en lo que parece ser la recta final de su autodeconstrucción narrativa, trasladando su falta casi absoluta de narración por el descubrimiento (la apuesta de-) de la imagen nueva, total y completamente nueva porque no merece la estadía de una lente/cámara, sino la de una retina desnuda. Sólo al final podemos comprender qué poco importa la excusa argumental del aislamiento, incidental o no, en un entorno hostil; en esa desnudez, Grandrieux se ve capaz de darnos decenas de pistas, atajos que cada espectador puede tomar, o no, según la conveniencia de su necesidad "informativa". Insisto en que esto importa menos, pero ahí está. El valor de su cine, cada vez más, consiste en aclarar y oscurecer, determinar la potencia gradual de unos tonos predominantes (en este caso negros y blancos absolutos) y enfrentados al seísmo gutural de un temblor que casi hace volver la mirada a quien debería estar pendiente del guion y sus recitales. Desde el comienzo del blog (curioso, porque comenzó el año en que se estrenó [no en este país] este film) he mostrado mi incondicional entusiasmo por un artista (su procedencia es el videoarte) cuya influencia es aún incierta, lo que le hace más interesante si cabe; con la certeza de su último trabajo, queda constatado que aún resisten unos pocos suicidas dispuestos a inmolar su propio trabajo. Estemos de enhorabuena.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!