miércoles, 25 de septiembre de 2013
La integridad del rey #2
Pasando de un ámbito como el de la medicina a uno tan diferente como es el de la arquitectura, Vidor parecía más empeñado que nunca en agudizar sus análisis acerca de un nuevo tipo de hombre, el hombre moderno y sin ataduras que sólo se debe a sí mismo y a su trabajo, puesto que su única creencia consiste en su propia capacidad para mover cualquier eje, por pesado que pudiera parecer. Hay quien no duda en señalar THE FOUNTAINHEAD como la gran cúspide de su obra, el remate que todo gran cineasta debería poder contar, tanto por su singularidad como por el atrevimiento que un director absolutamente consagrado es capaz de dar a un público poco acostumbrado a salidas por la tangente en una década dominada por guiones sólidos y grandes estrellas. No es que sea el caso, pues Vidor contó con un impecable guion de la autora de la novela, la escritora de origen ruso Ayn Rand, además de un apoyo incondicional por parte del productor Henry Blanke y toda la Warner, que puso tres nombres que luego se antojan decisivos a la hora de enfrentar esta, por muchos motivos, colosal película. Nada menos que Raymond Massey, Patricia Neal y, en una de sus más grandes interpretaciones, Gary Cooper dando vida a Howard Roark (¿nos queda clara la similitud, tras tantas décadas, con Lloyd Wright?), un joven arquitecto, el más prometedor de su generación, que, pudiendo tocar el cielo, caerá incluso al estatus de simple obrero por no dejar que absolutamente nadie, por mucho poder que tuviese, tocara una sola línea de un innovador proyecto, primero aceptado pero con la sombra del intervencionismo por su extremo atrevimiento formal. La cuestión central de este film es, a mi modo de ver, si el artista (y es importante resaltar cómo Roark insiste en su condición de obrero/constructor/creador) debe considerar algún tipo de complejo en su obra a la hora de presentarla al público, o si éste se encuentra preparado para juzgar, sin la perspectiva de un visionario, lo que en un momento dado parece inaudito pero luego ha de persistir por fuerza. Grandes imágenes, un trabajo de fotografía soberbio a cargo de Robert Burks y una espectacular banda sonora de Max Steiner, coronan uno de esos títulos por los que simplemente no ha pasado el tiempo y que anticipan otros nombres como los de Malick, Coppola o Thomas Anderson. Yo la recomiendo para necesarias curas de humildad tanto como para entender la diferencia entre algo grande y algo capaz de dejarte sin palabras; y es que en estos tiempos de mediocridad moral, resulta interesante el debate acerca del individuo contra la masa, no mezclado; un individuo, pese a todo, tan discutible como fascinante.
Obra maestra.
Saludos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
2 comentarios:
Es genial. Adoro este filme y los debates que propone como dices y el retrato del "nuevo individuo" hecho a sí mismo. Genial.
Junto a la de ayer las concibo como dos películas, aun con sus muchas diferencias, totalmente complementables...
Publicar un comentario