En 1962, la Gibé y la Titanus aunaron fuerzas y dispendios para dar forma a un ambicioso proyecto. Lo titularon LES 7 PÉCHÉS CAPITAUX y consistía en siete capítulos independientes, dirigidos cada uno por algunos de los directores más notables del momento y con una vocación que oscilaba desde la mirada irónica y desapasionada hasta un desafiante y peripatético (alumnos y maestros; realizadores y guionistas) esperpento made in France.
Por ejemplo, el experimento se abría con el segmento dirigido por Sylvain Dhomme y guionizado por Eugène Ionesco. "La ira" comenzaba con una felicidad forzada, impostada, que daba paso a una creciente violencia que ha de desembocar nada menos que en el fin del mundo.
En "La envidia", el irregular Edouard Molinaro dirigía un texto de Claude Mauriac que invita a la reflexión, puesto que no sólo la sirvienta anhela la posición social de la señora, sino que ésta se morirá de envidia al no poder poseer al atractivo amante de la otra... Divertido y refrescante episodio.
En "La gula", un guion de Daniel Boulanger es dirigido por Philippe de Broca muy "a la italiana" en donde una familia disfruta del buen yantar cuando les sorprende la muerte del abuelo y deben dirigirse al entierro, aunque les será complicado decidir qué es más importante, si la puntualidad del obituario o la de sus copiosas comidas "en ruta".
"La lujuria" es puro Jacques Demy, un cuento lleno de ternura y estupendas intenciones acerca del pecado de pensar siempre en lo mismo. Con guion propio, narra el encuentro de dos amigos (soberbios Jean-Louis Trintignant y Laurent Terzieff) con divergentes puntos de vista sobre las mujeres, cuya discusión les llevará a momentos pretéritos en los que las pasiones, por auténticas, se disparaban y confundían. De lo mejor del lote.
En las antípodas, Jean-Luc Godard guioniza y dirige el más desconcertante de los episodios, y en mi opinión el menos comprensible... aunque Godard no sería Godard, claro. En "La pereza", Eddie constantine se interpreta a sí mismo, un hombre tan perezoso que no se inmutará ante las descaradas insinuaciones de una admiradora... por no tener que volverse a vestir... Marciano, marciano...
En "El orgullo", Roger Vadim, un director al que normalmente no soporto, dirige un ingenioso y mordaz guion firmado por Félicien Marceau, en el que una pareja se pone los cuernos mutuamente, aunque ella sea capaz de dejar a su propio amante y quedarse con su marido simplemente para fastidiar a la amante de éste. Brutal.
Claude Chabrol cierra la función con "La avaricia", un medianamente inspirado corte en el que unos estudiantes de la Escuela Politécnica (de sospechoso aire "tunero") pondrán dinero y hasta harán un sorteo para que uno de ellos se beneficie a una prostituta de lujo. Al final, los buenos sentimientos aflorarán y la meretriz conocerá lo que es el amor verdadero, devolviéndole al afortunado su dinero... pero sólo el suyo, claro... Un Chabrol irreconocible y muy menor.
Se puede y debe desprender de estas líneas la irregularidad y tibieza de un film curioso y entretenido, pero de grandes altibajos, en el que, eso sí, resulta satisfactoria la sensación de intemporalidad y, sobre todo, las reconocibles diferencias entre cineastas, lo que aumenta la certeza de encargo alimenticio y poco más. Sólo para incondicionales del cine francés.
Saludos.
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