Sátira sádica sobre la permisibilidad en tiempos del gurú oculto tras una sonrisa tan falsa como sus promesas de profeta especializado en vampirizar a snobs satisfechos, me parece imprescindible abordar CLUB ZERO desde dos perspectivas paralelas, tanto la estética como la ética. En la primera se halla su principal virtud, que es "descomplicar" la tarea narrativa, apoyándose en una teatralidad evidente de planos estáticos y rostros impasibles, que dan la idea de un mundo cerrado sobre sí mismo. El error está en la imposibilidad de empatizar con unos personajes directamente detestables, bien por su carácter manipulador, inexplicablemente sumiso, cuando no aletargados por una corrección que les impide ver un horror que se sucede delante de sus propias narices, justo hasta que les estalla. En un colegio pijo-modernuqui, de los que valen una pasta para que nadie le lleve la contraria a un hatajo de niñatos engreídos, una especie de nutricionista de métodos revolucionarios se hace con el control de un puñado de estos aspirantes a culotabla, a través de un severo sistema de dieta, que va desembocando hacia una peligrosa deriva. Hace poco tuvimos que sufrir casi un millón de votos a un charlatán de los de crecepelo antiguo, y de eso va esto, de los que te venden un trozo de cielo y de los que se lo dejan vender, pero aún más preocupante me parece ese retrato parental desquiciado y desquiciante, en el que un mocoso que apenas se ata los cordones sin ayuda elabora mantras totalitarios que no hubiese firmado un Paulo Coelho "entantranido" en sus cosas de ser celestial. E ignoro si Jessica Hausner pretendía una crítica bestialista sobre estas derivas de principio de milenio, pero la película le ha salido regular. Y tampoco hace falta que nos recalque que los efectos del ayuno prolongado los ha hecho con maquillaje, que hasta ahí llegamos, al menos los que vivimos enfrente de los colegios de pago...
Saludos.
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