Más que de una película, venía hoy a hablar de un cineasta, Jean Becker, con el que no me encontraba desde hacía varios años, y que me ha vuelto a confirmar que es uno de esos exponentes de qué no se debe hacer en cine. A propósito de LA TÊTE EN FRICHE, que Becker rodó ya con 77 años, estamos ante un cine caduco, ni siquiera anticuado, sino directamente apolillado. Las aventuras y desventuras de Germaine, un tipo sin muchas luces, que Becker quiere mostrar como entrañable, aunque Gérard Depardieu dé más grima que ternura, y que vive en una especie de Barrio Sésamo de cartón piedra, con gente de un solo trazo, con una madre pirada (que seguramente tendría su misma edad) que se cree bailaora, y, cómo no, una joven, bella y lozana conductora de autobuses que le da cariño carnal no se sabe muy bien a santo de qué. En esa filigrana tonto-costumbrista, entre Los Serrano y Pesadilla en la cocina, aparece una señora mayor (claro) que habla con este tipo por las tardes en un banco de un parque, viendo palomas y comiendo bocadillos. El esfuerzo consiste en imaginar que ambos dos forman una especie de binomio de "modesta sabiduría", y que de ahí debe brotar algo como ternura; pero en realidad son conversaciones planas y sin mucha sustancia, porque el personaje de la señora está vagamente trazado, y el de este zoquete tampoco aporta nada que no sea una extraña sensación de inquietante baboseo, como si supieras que el tipo ni siquiera se molesta en ocultar su faceta más repulsiva, por lo que este desastre provoca exactamente los sentimientos opuestos a los que busca.
Dura menos de hora y media que parece una eternidad, y con eso queda todo dicho.
Saludos.
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