sábado, 29 de septiembre de 2018

Una piscina con pelotas de ping pong



KAGEROZA, de 1981, es probablemente la más intrincada y surrealista de las tres "Taisho", un delirio asimilacionista e irrefrenable acerca del deseo y la pasión, siempre desde el punto de vista del extraño que debe desentrañar un misterio en un entorno que le es hostil e incomprensible a partes iguales. La película, que alcanza casi las dos horas y media, es otro festín de imaginación y libertad creativa, pero con un tono tan disruptivo que obliga al espectador a estar atento e implicarse con lo que ve, tanto como con lo que pueda intuir, pues hay una subtrama aún más interesante que el argumento principal, y que es revelado en todo su esplendor en un cierre en clave de representación teatral infantil, que es una pasada de puesta en escena y despliegue de recursos visuales. La historia, sacada de una novela original de Kyoka Izumi, gira sobre la obsesión de un hombre con una mujer que luego resulta ser otra, o quizá el fantasma de la anterior, aunque a lo mejor no es más que una advertencia sensorial de que los peligros los tenemos al lado, y que confiar en nuestra vista nos puede llevar al desastre. Decir que KAGEROZA es una obra maestra es decir mucho, probablemente sea más ajustado hablar de una obra sin restricciones aparentes, y que su lugar en la trilogía no es casual, pues explica las otras dos sin rozarlas apenas.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!