jueves, 14 de noviembre de 2013

Viaje al fin de la noche



2011. Ben Wheatley filma su mejor película hasta ahora. Esto nos da un margen de mejora amplio y goloso desde su corta filmografía. El argumento de KILL LIST sigue la senda del último cine "anticlimático", lo despeña por derroteros a cada paso más sorprendentes y lo hunde, en su tramo final, en una oscuridad de la que parece no haber salida posible. Todo comienza en una casa aparentemente normal, la casa de Jay, un exsoldado que vive junto a su mujer, Shel, también exsoldado y de origen sueco y su hijo. Hay discusiones por culpa del dinero, Jay lleva ocho meses sin trabajar y su ritmo de vida no ha sido precisamente moderado. Entonces llega Gal, un antiguo compañero de Jay, y le propone un trabajo que les dejará jugosos dividendos a ambos. Jay prefiere no saber nada del asunto; es entonces cuando descubrimos que tras dejar el ejército se dedicó a matar a gente. Un asesino a sueldo.
El trabajo es fácil: matar a varias personas anónimas y sin conexión entre ellas, sólo una serie de nombres escritos en un papel y una extraña denominación para cada uno de ellos. Sin embargo, el encuentro con sus contratadores no irá todo lo bien que debería, y Jay no volverá a ser el mismo.
KILL LIST juega varias cartas, aunque su estructura remita directamente a una especie de embudo del que es imposible escapar y donde todo se hace cada vez más negro. La dificultad de dotar de credibilidad una trama que empieza como un thriller y termina como una barroca pesadilla de terror inhumano me lleva a pensar inmediatamente en films como EL CORAZÓN DEL ÁNGEL o A SERBIAN FILM; películas que, eminentemente, tratan de poner en pie el desmoronamiento vital de un personaje hasta una verdad final horripilante. Para mí, un fascinante trabajo de guion (aquí entra ya la decisiva Amy Jump, a la sazón esposa de Wheatley), con personajes tan enigmáticos como bien dibujados y una narrativa que no por oscurantista es menos ágil, sin perder de vista el jodidísimo sentido del humor de su director y el excepcional trabajo de sus actores, especialmente Neil Maskell y Michael Smiley, cuya química natural los convierte en auténticos dueños de esta desquiciada e improbable buddy movie que no cesa de reinventar géneros durante su absorbente hora y media, que como no puede ser de otra manera, pasa en un suspiro.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

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