jueves, 23 de junio de 2011

El coronel tiene quien le escriba



RIO GRANDE. Obra maestra de John Ford ¿quieren que les añada algo más? ¿realmente lo necesitan? Se me ocurren un par de cosas, por ejemplo las tonterías que uno va leyendo por ahí, supongo que porque lo de ir contra las historias de fuerte calado patriótico ahora mismo viste mucho y le da al chaval que lo escribe una especie de aura de tipo duro. No sé, no lo entiendo; EL TRIUNFO DE LA VOLUNTAD es un prodigio del séptimo arte (soy un pesado, lo sé), pero su trasfondo ideológico es repugnante ¿Y qué? El cine, ante todo, hay que verlo, empaparse de él; y, dejándonos de monsergas, para saber si una película es un tostón o una maravilla, usted la ve, y si ha disfrutado como un enano es que es buena, así de simple. Y es que RIO GRANDE, aun asumiendo que en otras manos habría sido un panfletazo vomitivo, es la mar de entretenida, además de contener algunos de los momentos más bellamente intimistas de Ford, apoyado en dos interpretaciones colosales, la de un John Wayne que se debate entre sus obligaciones castrenses como Coronel al mando de un regimiento de caballería y la dificultad de mantener ocultos sus sentimientos respecto a su joven hijo, dispuesto a demostrarle a su padre que puede llegar a ser mejor soldado que él. Pero fundamentalmente, RIO GRANDE es un despliegue de talento de Maureen O'Hara, como una desesperada madre que tratará de convencer al hierático Coronel York de que no declare apto a su hijo y sacarle de una zona en la que los conflictos con los indios han llegado a cotas insostenibles. La maestría de Ford es, ante todo, manejar con soltura y naturalidad toda la parafernalia del regimiento, con sus excelentes secundarios (aquí estaban Ben Johnson y un tremendo Victor McLaglen), cada uno con su pequeña historia personal, y los irrepetibles momentos en los que Wayne y O'Hara (¡qué pareja, por dios!) pasan de las discusiones familiares a los interminables retos que invariablemente han de dar de bruces con la estricta reglamentación militar. Sí, claro, aquí los indios son los malos y los soldados son los buenos; y si estos biempensantes posmodernos dejaran de lado su ingente cantidad de complejos, podrían disfrutar de una maravillosa película que, al fin y al cabo, cuenta lo mismo de siempre pero con una calidad inmensa ¿O qué carajo esperan ustedes de Hollywood? ¿Marxismo...? Anda ya...
Saludos muy muy grandes.
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!