Prácticamente desconocida en nuestro país, la extensa filmografía de Nobuo Nakagawa nos descubre a un cineasta incansable (su carrera abarca de 1936 a 1982), de un compromiso inquebrantable con su profesión, y un afán de experimentación capaz de saltar las barreras de producciones, a menudo, con exiguos presupuestos. Su obra más famosa y emblemática (y soy consciente de lo que digo) es JIGOKU, de 1960, que podría considerarse como un tratado expresionista acerca del peso de la culpa en los inocentes, la maldad intrínseca o el relajo de los deberes humanos. Eso quedaría muy bien para un director nórdico, cuyo sentido del tormento triture cada brizna de esperanza; pero Nakagawa sorprende desde los títulos de crédito, e intentaré detallar el resto desde ahí. Con un score absolutamente avant-garde, remitente a 007 (y ojo, que aún no se había rodado ni la primera...), cortesía del gran maestro Michiaki Watanabe (busquen, por favor, sus composiciones), una pléyade de señoritas a contraluz nos da la bienvenida... como dios las trajo al mundo. Tras tan impactante preámbulo, conocemos a los dos protagonistas, Shiro y Tamura, a punto de terminar sus estudios y aparentemente amigos, aunque el segundo envidia secretamente al primero, que se va a casar con la chica que él también desea. En una noche particularmente sombría, Tamura se lleva a Shiro a celebrar el enlace, pero en el camino atropella a un yakuza borracho, huyendo y dejando a su amigo con un trauma, y sin saber que alguien ha sido testigo del atropello. En resumen, JIGOKU podría hablar de conductas torcidas, familias disfuncionales o el resquicio de redención que cada uno podamos albergar en particular. Lo que ya es más inesperado es encontrarnos con un final tan apoteósico y osado, nada menos que construyendo una surrealista visión del infierno (versión budista), en la que no se escatiman los detalles más escabrosos acerca de los castigos más crueles. Por supuesto, no esperen aquí un despliegue de medios, porque todo es artesanal y muy barato, pero también muy imaginativo y creo que muy valiente, en comparación, por ejemplo, con lo que hacía entonces la Hammer (las concordancias son evidentes). Un título merecidamente de culto, me da la impresión que muy injustamente olvidado, y que sirve de puerta de entrada para descubrir a este magnífico artesano japonés, que nunca es tarde.
Saludos.
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