viernes, 25 de enero de 2019
Para entrar a vivir
Sin ser su mejor película, LA VIDA POR DELANTE, la segunda que dirigió Fernando Fernán Gómez, sí supone el primer aldabonazo en su carrera como director; la primera, al menos, en la que ya se divisan las grandes obsesiones y querencias de su particular visión de la sociedad española de aquel tiempo. Sesenta años han pasado de esta "comedia camuflada", que parece amable, distendida, simpática, cuando va soltando sus cargas de profundidad con esa naturalidad costumbrista de los mejores narradores, los que sorteaban a la férrea censura sin necesidad de figurativismo alguno. Le basta a Fernán Gómez adelantar todos esos años el verdadero drama de este país, corporeizado en el idilio, común y extraño, entre Antonio y Josefina; él, estudiante de derecho, y ella, de medicina. Se quieren y son modernos, no como sus padres; aspiran a terminar sus carreras y comprarse un pisito y un cochecito. El pisito aún no es más que un solar por el que ya deben empezar a endeudarse, aunque casi pueden imaginar cómo será. El cochecito les traerá algún quebradero de cabeza, pero nada que no pueda resolver un abogado en ciernes. Quizá sea eso la felicidad, no sé, pero es la que nos llevan vendiendo desde que todos los bárbaros dignificaron su conversión a la civilización, y es la única que se acepta desde cualquier punto de vista, incluso el menos arraigado. La película en sí ha aguantado magníficamente bien todos estos años, quizá por su aura profética, tanto como por esas punzaditas que la convierten en una comedia de las llamadas corrosivas, nada condescendiente con sus protagonistas, que son usted y yo en mitad de esta interminable sopa boba. Este es el valor real de una película así: hacernos ver lo que no queremos, haciéndolo pasar por lo que queremos ver.
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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