viernes, 23 de noviembre de 2018
Maldad, supresión, venganza y egoísmo
Algún día pondré conjuntos los tres cortos que William Oldroyd filmó antes de su debut en el largo, merecen la pena por su calidad y por el estupendo y significativo preámbulo que suponen para esta poderosa ópera prima. LADY MACBETH debería tomarse como ejemplo de adaptación, riguroso en el fondo pero libérrimo en las (sus) formas. Partiendo de la multiadaptada novela de Nikolai Leskov, nos sitúa en una remota mansión de la Inglaterra del XIX, en la que, de sopetón, nos introducen en el infeliz matrimonio de una joven, Katherine, con un nauseabundo terrateniente, que ni la quiere ni la desea, mientras ella pasa los días en una especie de libre reclusión, con un marido pernmanentemente ausente y soportando las humillaciones de su suegro, que no le perdona el no tener descendencia. Es aquí donde el film corre el peligro de despeñarse y parecerse demasiado al gran drama pasional de D.H. Lawrence, cuando Katherine inicia una atracción casi animal con uno de los empleados de caballerizas, que acaba de ser contratado. Oldroyd narra una sola transformación en doble vertiente a partir de aquí: por un lado muestra a Katherine liberada, de una feminidad desbordante e irreprimible, casi rozando la obsesión psicópata por ese simple empleado, que se ha convertido en una adicción. Pero por el otro, más sutilmente, el retrato psicológico bordea los límites de la razón una vez el individuo ha tomado plena conciencia de su verdadera posición de poder. Es entonces cuando el film vira hacia un horror que hibrida extrañamente un gótico excesivo con un desecado naturalismo, un alarde de posibilidades escénicas que descubren, sobre todo, a un narrador que no tiene miedo de decir lo que cree que debe ser dicho. Rasgo de madurez o no, esta LADY MACBETH es uno de los debuts más poderosos de los últimos tiempos, y contiene algunas de las pistas que deberíamos rastrear si aspiramos a entender todo este nuevo cine que se nos está viniendo encima sin casi sospecharlo.
Saludos.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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