El tema de las películas por episodios, tan en boga allá por los años sesenta y setenta, ha dejado al descubierto, más que otras producciones más convencionales, la diferencia insalvable entre unos autores más dotados que otros. Y siendo muy benévolos, pues aún cuando el montante pueda ser identificado como un todo más o menos cohesionado, cosa que no ocurre las más de las veces. EL AMOR A LOS VEINTE AÑOS (prefiero traducir de primeras, dado el carácter internacional de lo que nos ocupa) era un proyecto que, sobre todo, le pertenecía a François Truffaut, que abría con el segmento más largo, y seguramente el mejor, un nuevo aldabonazo en la trayectoria de su alter ego, Antoine Doinel, aquí mostrado como un joven independizado a duras penas, que es empleado en una fábrica de vinilos y que se enamora, como no puede ser de otra forma, de una chica algo mayor que él, sólo para comprobar que el establecimiento y la costumbre son los enemigos mortales del amor, y aún peor, que los padres de la muchacha lo quieren como a un hijo, mientras ella "elige" para salir a alguien de su edad...
Luego, el nivel baja considerablemente con un episodio dirigido por Renzo Rossellini, vástago del director de TE QUERRÉ SIEMPRE, que ofrece un culebrón insulso sobre dos mujeres (¿20 años?...) que se pelean por un mismo hombre, las muy incautas...
Algo mejor es el trabajo de Shintarô Ishihara, un hombre del renacimiento, cuya compleja y controvertida figura merecería una análisis más en profundidad del que puedo ofrecer yo hoy y aquí, y que, pese a desmarcarse también del supuesto epígrafe del encabezado, es casi un tratado sobre la oscuridad, en el que, más que el amor, lo que es retratado es la incapacidad para amar de un hombre, que sólo puede canalizar su frustración asesinando a las mujeres a las que se ve impotente para conquistar amorosamente.
El penúltimo episodio, dirigido por el prestigioso documentalista Marcel Ophüls, a la sazón hijo del maestro Max Ophüls, que prácticamente debuta en la dirección con un plomizo tratado sobre la responsabilidad de ser padres involuntarios y esas cosas que nos molestan tanto a los veinte años...
Sin embargo, y para no extendernos mucho más, el otro punto fuerte del film es el cierre, a cargo de Andrzej Wajda, un triste y algo angustioso vaivén emocional, el que va desde el impactante arranque hasta el desolador desenlace. Un hombre salva a una niña de ser devorada por un oso cuando ésta cae al foso por accidente; el suceso despierta los sentidos de una joven, que literalmente pierde la razón y abandona a su prometido (que no ha movido un dedo) y se marcha con el desconocido, del que luego sabremos que tiene un turbio pasado como soldado en la guerra, y que tras participar en un juego con los amigos de la chica cae derrumbado, víctima de sus fantasmas. Ella, que sólo tiene veinte años, vuelve al candor y dspreocupación de su antiguo novio, porque hay edades en las que es mejor seguir sin saber nada sobre la vida...
Saludos.
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