sábado, 15 de junio de 2013

Ensayos posmodernos



Es muy posible que, en un momento dado, al último y desquiciado (desquiciante) David Lynch, algún amigote travieso y patrocinado le pasara varias veces L'HOMME QUI MENT, en el que un esplendoroso Alain Robbe-Grillet trastornaba por completo la estructura narrativa convencional y nos desafiaba a integrarnos directamente en la psique del narrador, y sin que quede claro quién es el mismo. Un ejercicio "joyceano" al que es imprescindible dotar de algún tipo de seriedad para evitar una acuciante sensación de mofosa pedantería. En 1968, y teniendo en cuenta que Robbe-Grillet, artista multidisciplinar y de espíritu inquebrantablemente libre, soñó una fantasía que bebiese de dos grandes focos culturales como eran entonces Francia y Checoslovaquia, podría ser posible una subversión de tal calibre; en Lynch, por ejemplo, el problema es siempre el mismo: la falta de un pretexto colágeno y bastardo. Un ejemplo: Jean-Louis Trintignant, una aparición dislocada en el tiempo, evoca nada menos que la masacre sucedida en la Segunda Guerra Mundial en un pueblo centroeuropeo; oímos las balas, los gritos, pero este personaje está solo ¿es locura, representación o simplemente se nos quiere llevar a otro estado de percepción? Al no saber quién nos está contando lo que "vemos", lo que "percibimos" queda en suspenso, y la fantasmagórica aparición de tres mujeres deambulando por una casa arrasada, quizá esperando lo que luego sabremos que fue su marido, su hermano y su amante, vuelve a girar la críptica historia hacia otra parte aún menos iluminada. L'HOMME QUI MENT no es sencilla de ver, y lo lógico es que irrite su encoñamiento peligrosamente autista, pero no deja de ser una experiencia estimulante para que los seguidores de Lynch sepan de primera mano que sigue sin haber nada nuevo bajo el sol.
Saludos certeros.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!