viernes, 31 de mayo de 2013
Desde que tú y yo nos vimos...
... en aquella sala oscura, donde igual fusilaban a un partisano que un niño cruzaba una luna llena, donde los violines teñían los besos o un vaquero moría cien veces, nunca he dejado de quererte. Te he observado con ojos ávidos que, a fuerza de ser fieles, se han vuelto más exigentes; y es que primero fue la inocencia del juego, el juego de la luz. Pero entonces, sin previo aviso un mono tiró un hueso hacia arriba, y todo cambió para siempre... Es desde entonces que nuestro amor de correspondencias se ha vuelto menos emocionante pero más fiable, y es un amor que podría ser el principio de una gran amistad. Y si tuviera que describir esta pasión, cómo se siente uno cuando se encuentra frente al monolito que no entiende, a su irresistible campo de atracción, tendría que irme cincuenta y tres años atrás, a París, dar vueltas alrededor de una menuda chica de pelo corto, desafiarla sin temor, dejando que el cigarrillo se consuma en los labios... Me iría con ella a una habitación cualquiera y hablaría sobre cualquier cosa, menos de lo que se supone que hay que estar hablando; pondría discos... Es una sensación extraña, porque por un lado nos hemos hecho mayores, pero por otro no podemos evitar ser inmaduros y maravillosos.
Si es de esto de lo que están hechos los sueños... ¡No me despertéis, hijos de puta!...
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
2 comentarios:
Godard nos enseñó que las nucas pueden ser hermosas per se.
Y lo son...
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