martes, 22 de noviembre de 2011
Más que una bandera #1
Lo que más me interesa de TROIS COULEURS, en su conjunto, es su magnífica vocación compositiva como extenso poema o mapa emocional, lo que queda patente en aspectos que para Kieslowski son básicos, mientras que para la inmensa mayoría de directores/autores no es que pasen desapercibidos, sino que da la impresión de ser hasta molestos. Comenzar hay que comenzar con TROIS COULEURS: BLEU, un subrayado de cómo nace la depresión tras la ausencia, de la catarsis después de perderlo todo. Julie va tomando conciencia de que su marido y su hija están muertos, el hallazgo de Kieslowski es mostrar esta terrorífica asimilación con su curso natural, tomándose su tiempo, y que esto le sirve para introducir el tema que realmente le interesa: Europa como continente/Francia como contenido; y de ahí a cualquier dilema humano. En mitad del discurso de identificación identitaria (y este film tiene ya 18 años), el individuo resurge frente a los estados y sus límites; es un elogio del destierro, y tres o cuatro instantes mágicos nos lo muestran con una sutileza para la que hace falta un poco de sensibilidad. El castillo vacío (vaciado), por donde Julie borra toda su vida anterior, consciente de que no tiene sentido seguir añorándola; su único interés es venderlo cuanto antes. La extraña e intensísima escena en la escalera, cuando Julie se queda fuera de su propia casa por ir a curiosear unos ruidos en el exterior; con apenas tres movimientos de cámara, Kieslowski traza la imposibilidad de la independencia absoluta y el desamparo del ser humano ante lo que desconoce. Por último, Julie acepta enfrentarse a las composiciones que en un principio deseaba destruir, el último eslabón con su vida anterior; al sonar las estremecedoras notas compuestas por Zbigniew Preisner, no sólo nos son mostrados los motivos por los que no rompía con una vida idealizada, sino todo lo contrario, sino que además retoma una liturgia mediante la que renacer, esta vez de verdad, sin renuncias a lo que no es más que parte de su vida, a observar los añicos sin temor.
Hablar aquí del espectacular trabajo de Juliette Binoche, premiada junto al film en Venecia, es casi una reincidencia que no tiene nada de casual, así que ni me extenderé ni intentaré ensayar ningún "broche" ornamental; primero porque el film no lo requiere, o no lo entenderíamos en toda su compleja amplitud, pero también porque el de hoy no es más que el primer paso en este tríptico fundamental en el cine europeo del siglo XX. Así que me despido hasta mañana recomendándoles que vean ésta y también las otras dos.
Saludos azules.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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