Veinte años antes de su "normalización", Truffaut rodaba JULES ET JIM, que no sé si es el summum del cahierismo más exacerbado pero desde luego que contiene un vaciado de imperantismo tan interesante como extrañamente imperecedero ¿Cómo si no explicar el vigor de unas imágenes destinadas, seguramente, a una fugacidad imperfecta? La misma que recorre de cabo a rabo este picassiano divertimento, a veces bohemio, a veces humanista, a veces esquizofrénico. Ahora bien, lo que sí creo imprescindible para entenderla esencialmente es ser uno mismo tan romántico como lo son esos tres ¿amigos? ¿amantes? ¿ninguna de las dos cosas? ¿las dos a la vez? Antes que un proustiano recorrido por los tiempos, los cambios, los estragos del tiempo y los placeres ocultos en los cambios de tiempo, Truffaut nos permite inmiscuirnos en la libertad romántica, una libertad que nos es insoportable hoy día, por lo que Jules, Jim y Catherine no son más que tres holgazanes inmaduros e hipócritas... ¿Es así, o simplemente nos escudamos en nuestra "normalidad" para rechazar lo que, rastreramente, hemos anhelado desde que nos dimos cuenta de que el reloj empezaba a dar las seis de la tarde? JULES ET JIM es cine, puro y descastado cine; y también es una declaración de intenciones incluso más potente que LOS 400 GOLPES, al menos lo es de una forma mucho más consciente. Y desde luego no podríamos entender a Eustache sin la torrencial verborrea de dos franceses y un alemán que se juran amor infinito, un amour fou esta vez sí, entre brindis mirándose a los ojos, carreras porque sí y paseos en bicicleta a ninguna parte. El amor es eso. Y la amistad. Al menos lo fue durante un tiempo. Ponerlo en imágenes no es sencillo, puede aparecer la sombra del ridículo en cualquier momento; nuestro fuerte y arraigado árbol de las convenciones nos mantiene frescos y saludables. Así es.
Saludos con mucho amor.
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