martes, 18 de octubre de 2011
Ingenuidad e intención
Es curioso, pero ¿por qué casi todo el mundo sigue conveniendo que prácticamente la única película que merece la pena de Robert Rodriguez es EL MARIACHI? Yo no estoy de acuerdo; aunque creo que alguien se la hizo, SIN CITY me parece una película tremenda. Sin embargo, hay una especie de aura en torno a esta película, de precario presupuesto, que la convierte, desde hace casi veinte años, en uno de esos films incontestablemente de culto. Lo primero que llama la atención es cómo Rodriguez transforma, con gran habilidad, lo que para cualquier director es una rémora (la falta de presupuesto) en asombrosa virtud ¿Y cómo?: evidentemente, con sentido del humor y sin eludir el del ridículo, que bordea en no pocas ocasiones. La historia no puede ser más disparatada: Un joven que se gana la vida actuando de mariachi en diversos tugurios es confundido con un gangster al llegar a una ciudad fronteriza; esto alerta al capo local, que manda eliminarlo, pero el mariachi termina siendo un hueso mucho más complicado de roer que el propio gangster. Todo esto adornado con un montaje dinámico e impropio de la serie B y un sentido del humor absolutamente personal, que ahora, claro, todos identificamos sin problema en el cine de este director, pero que tenía más mérito cuando tienes que poner a funcionar a actores de medio pelo en mitad de un engranaje típicamente de cine hollywoodense. EL MARIACHI contiene escenas absolutamente memorables, sobre todo por su falta de pretensiones; es esa cutrez aceptada la que permite, por ejemplo, y en una de sus mejores escenas, que una simple llamada telefónica desate una masacre sin que ninguno de sus participantes sepa exactamente qué está ocurriendo. Rodriguez arrasó al año siguiente en un Sundance que se rindió a sus pies, lo que fue el detonante, junto a su explosiva amistad con Quentin Tarantino, para su posterior carrera, no tan regular, pero con un carisma que precisamente le ha hecho perder el norte en bastantes ocasiones; revisitar esta ópera prima, por tanto, es tan saludable como sintomático.
¡Saludos, cabrones!
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
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