Si hay una película de la que se haya hablado hasta la saciedad, hurgando en cada detalle, descifrando nuevos códigos dentro de su "intrincada sencillez" y alabando prácticamente sin discusión posible sus genialidades y hallazgos, esa es, sin duda, TO KILL A MOCKINGBIRD. Sí, es una obra maestra, así que ¿para qué repetirnos?
Tras haber digerido adecuadamente los numerosos dardos de dignidad impartidos por Mr. finch & Co., ya sólo me queda centrarme en el esoterismo que desprende el circuito cerrado, a lo Peyton Place salvaje, que comienza a intuirse desde la descripción (minuciosa) del principio y que muy finamente va jugando con nosotros a las cuatro esquinas sin que nos demos cuenta, hasta soltarnos algo vapuleados en la inolvidable escena final, donde uno ya no sabe si sentir miedo, alivio o simpatía. Y es que los matices aquí son inaprensibles, se escapan igual que esa cámara que no enfoca, sino que vuela alrededor de los personajes y sus circunstancias, como el ruiseñor del título (¿Les suena todo esto a los incondicionales de BLUE VELVET y su escena final con el simpático pajarito?). TO KILL A MOCKINGBIRD es un fastuoso grand guignol de las miserias humanas y la imposibilidad de combatirlas con honestidad y ¿por qué no decirlo? cierta ingenuidad idealista. Pero nos quedaríamos muy en la superficie si obviamos la simbología sobre el difícil paso hacia la madurez, encarnado en el inolvidable personaje de Scout o la ambigüedad a la que nos vemos sometidos por nuestros repugnantes prejuicios "morales", cuando no simplemente estéticos, con los que Robert Mulligan se permite el intrigarnos con el falso cuento de terror que representa la figura ya mítica de Boo Radley, del cual dudamos de su existencia hasta, como digo, el final. La última esquina, la más importante, la que de verdad separa a este realista cuento de hadas de sus edulcorados clones, se encuentra en la sorprendente actitud de un tal Atticus Finch, un working class hero imperturbable y justo de imposible nombre e impecable traje sureño; un verdadero superhéroe de carne y hueso que no reparte hostias ni vuela sobre los edificios, sino que aguanta estoico que una alimaña le escupa mientras le refriega la superioridad de la maldad y que usa como armas una perspicacia y obstinación a prueba de bombas, cómo no de escupitajos e improperios.
Lecciones de humanidad y lecciones de cine, desprovistas de asfixiada moralina, con una mirada tan moderna que hace palidecer a Soderberghs y similares. Una obra maestra, una más.
Íntegros saludos.
3 comentarios:
había escuchado hablar de esta película, pero no la he visto. ya habra tiempo, gracias por la información.
Una obra maestra, sí señor. Siempre he pensado que las cosas importantes requieren de sencillez para ser contadas.
Héroes cuyas armas son el sentido común, el sentido de justicia y la honestidad, luchar contra prejuicios e hipocresía, posiblemente las batallas más difíciles de librar…
Curiosamente los personajes más honestos son los niños y ese hombre que consiguió mantener la mirada limpia de prejuicios que se suele asociar a la infancia.
Boo Radley, el guardián en la sombra…
Un saludo
Que voy a decir de esta pelicula si le dedico el título de mi blog al honesto Sr finch (eso si con un ligero cambio tipográfico, por no querer llegar a su altura), poco mas, eso si felicitarte por esa estupenda descripción.
saludos escondidos en la cajita.
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