Mucho tiempo después, el gran monstruo fue consciente de que ya no tenía nada que ofrecer, así que usó sus últimas energías en absorber todo lo que podía serle útil, adaptarlo a su propio tono y ofrecerlo como propio, original... aunque cada vez cuele menos y se pase directamente al engaño.
El monstruo es, evidentemente, la industria americana, cuya preocupante falta de ideas, lejos de arredrarla, obliga a la incorporación de ideas, motivos y hasta géneros de los que habitualmente se mofaba.
¿Qué es si no CLOVERFIELD? Una enorme y costosísima broma; una manera nada sutil de robarle su dinero a millones de personas sin posibilidad de reclamación. Cuando en los años cincuenta y sesenta el complicado imaginario nipón caía rendido ante los brutales encantos de un tipo enfundado en un traje de lagarto dedicado a aplastar edificios de cartón piedra, pocos podían imaginar que había nacido no sólo un mito, sino toda una particular forma de abordar el cine de ciencia ficción. Cincuenta años después, la cosa sigue igual y hasta peor, pues lo que era entretenimiento naif pasa ahora por frases tan tontas y pretenciosas como "blockbuster de arte y ensayo" o "una manera de rodar sin precedentes"... Ni lo uno ni lo otro, sólo una intensiva campaña captadora de incautos; una trama inverosímil, en la que ya puede acabarse el mundo que siempre hay un tipo con la cámara encendida; o la trilladísima jugarreta de no mostrar al monstruo más que unos pocos minutos ya al final, cuando todos hemos entendido que nos han vuelto a engañar... y que no hemos podido hacer nada por impedirlo...
Saludos destrozones.
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