Fieles a la tradición bienal indéfila, continuamos aquí el repaso, absolutamente subjetivo, a esas películas que han conformado un imaginario particular, a veces idealizado, cuando no directamente distorsionado. Ya me parecía rarísimo que en tres lustros no hubiese asomado por aquí Alex Proyas, un director con tanto talento visual como pocos remilgos a la hora de pasarse la verosimilitud allá por donde dijimos. Y puede que la película suya que debería haber entrado aquí fuese EL CUERVO, aquel fenómeno mediático con el que irrumpió a principios de los noventa. Sin embargo, me ha parecido más elocuente irme a DARK CITY, un film tan olvidado como reivindicado, tan precursor como deudor asimismo de multitud de referencias. Un cuento distópico, extrañamente retrofuturista, que recuerda muchísimo a EL SHOW DE TRUMAN (versión hiperoscura), aunque no son pocos los que ven aquí una ascendencia más o menos indirecta con MATRIX, con la que comparte mucha de su estética e incluso ética. Yo, sin parecerme la maravilla que tantos llevan defendiendo desde hace 25 años, sí le otorgo su carácter personal y poco dado al remiendo descaradamente comercial. Ello le restó impacto en taquilla, pero le ha ido granjeando un aura de film de culto, no cultureta, pero sí lejos de esquemas rudimentarios y repetidos mil veces. A mí me gustan, sobre todo, sus momentos de cine negro, y menos los de ciencia ficción, aunque tiene el añadido de un final bien resuelto, verbigracia de un por entonces incipiente David S. Goyer. La partitura de Trevor Jones es estupenda, y la fotografía de Dariusz Wolski le da un toque tenebroso e inquietante. Además, sólo por ver a Jennifer Connelly cantando standards de los 40 ya merece la pena...
Recupérenla si ni siquiera les suena.
Saludos.
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