Imagino por qué hay gente a la que no le ha gustado ONCE UPON A TIME... IN HOLLYWOOD. Porque no la han entendido, simple y llanamente. No me refiero al argumento, que es sencillo de seguir, sino a la intención de Quentin Tarantino de postrarse ante los pies de su dios de celuloide, y hacernos partícipes de una declaración de amor tan honesta y entrañable que ni un lanzallamas puede estropear. Tarantino ha decidido ser sutil, y eso no se le perdona al último de los iconoclastas, pero hay algo mucho mejor en esta película que una cansina vuelta a los orígenes, que es acceder por otras vías al mismo grado de satisfacción. Y es una película plagada de viejos amigos, de escenas que podemos reconocer, pero todo parece pertenecer a la tramoya, como cada escena protagonizada por unos memorables Leonardo DiCaprio y Brad Pitt; dos caras de la misma moneda, un star system que ya no tiene sitio para ellos y los empuja, casi sin querer, a esos márgenes de la industria que Tarantino ha amado desde siempre. Por aquí están Sergio Corbucci y Romero Marchent, y Los Bravos, y el desierto de Almería. Pero también Sharon Tate, genial mise en abyme del autor, presentada como un resplandeciente espectro de sí misma, un fantasma al que sólo la magia del cine puede rescatar de su limbo particular. No hay florituras en este Tarantino, y sí mucha autocrítica, y una gran inteligencia para saber qué debe ir en cada plano, para que nada falte y nada sobre, pero también para que el espectador se vea sorprendido en la entrañable peripecia de ese actor de tercera y su doble, posiblemente la pareja más carismática de un ya largo listado de ellas.
No sé, sólo sé que hay que verla. Y no me atrevo a decir que sea su mejor película, probablemente no lo sea, pero sé que es una obra maestra con todas las letras.
Maravillosa.
Saludos.
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