jueves, 7 de febrero de 2019

Los héroes y los muertos



Aprovechando que el año pasado, entre otras cosas, se conmemoró el nacimiento de Robert Aldrich, y teniendo en cuenta que (incomprensiblemente por mi parte) no he ahondado lo suficiente en la filmografía, extensa e interesantísima, de uno de los grandes agitadores del Hollywood clásico, he decidido dar cuatro pistoletazos sobre los cuatro títulos que Aldrich filmó en los primeros cuatro años de la década de los setenta, y que personalmente me parecen de lo mejor que hizo. El primero fue TOO LATE THE HERO (más conocida en España como COMANDO EN EL MAR DE CHINA), una intensísima cinta bélica que comienza de manera convencional y en sus dos horas de duración sumerge al espectador en un apasionante juego psicológico y, sobre todo, moral. Primero por la feroz crítica que supone a las descabelladas decisiones de según qué mandos, capaces de enviar a cientos de hombres a una muerte segura con el único consuelo de un reconocimiento que, cómo no, se presume póstumo. Luego, por el insólito intercambio de roles nacionales, algo que a muy pocos directores se le hubiera ocurrido incluir, y menos en películas dedicadas en su mayoría al exaltamiento patrio. Aquí los americanos, aunque bienintencionados, son bastante tozudos y lerdos, y por los santos cojones de un capitán (un anecdótico Henry Fonda), un grupo de hombres es obligado a emprender una misión prácticamente suicida: internarse en la jungla de una isla que está siendo disputada a los japoneses para detectar una emisora de radio y destruirla. Curiosamente, la mayoría de los soldados pertenecen al ejército británico, lo que introduce un elemente aún más interesante si cabe: la desconfianza (justificada) de éstos hacia los yanquis, que siempre parecían ostentar una superioridad más allá de su rango. Por otra parte, el enemigo japonés es inteligentemente resuelto casi como una voz fantasmal que resuena desde altavoces estratégicamente dispuestos por la jungla, creándose un clima de asfixia y peligro constantes, que además es rematado en el tramo final con la honorabilidad de un mayor japonés, en contraposición a la destartalada tropa que va menguando casi por deméritos propios. De entre todos sobresale el papel de un gran Michael Caine, un insignificante soldado cuya aversión a cualquier acto heroico le convierte en el más sensato, aunque su moralidad esté siempre en entredicho.
Una de esas películas a las que merece la pena rescatar del olvido, como la práctica totalidad de la filmografía del señor Aldrich, que debería estar algunos puntos mejor considerada.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
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