sábado, 12 de noviembre de 2016
Este vals...
El mundo de la música, las letras, la cultura, está en shock porque ha muerto Leonard Cohen. Fiel a su excepcionalidad, el maestro canadiense ha logrado lo que ninguna estrella efímera del Rock puede conseguir, que estemos en shock cuando su despedida ha sido tranquila y a los 82 años. A mí me costaría una barbaridad glosar apenas su inabarcable trayectoria, por lo que he tenido que apoyarme en el que creo que es el mejor documento fílmico para explicar las razones por las que Cohen ha significado tanto en una industria que siempre amenazó con tragárselo, y es que este mundo nunca ha sido para los sensibles. Y 1971 fue un año particularmente decisivo en la construcción del mito, precisamente porque Cohen, hundido por lo que él consideraba un doloroso rechazo a su por entonces incipiente producción musical, meditó tirarlo todo por la borda y ser uno más, o refugiarse quizá en las letras, pese a su poco reconocimiento como escritor. Hablamos de un señor que contaba ya con 37 años, tres discos y un puñado de libros publicados, y que fue literalmente empujado a un macrotour europeo en un momento delicado para los cantautores que habían dominado la escena de finales de los sesenta. BIRD ON A WIRE es un documental tan radical y rompedor que fue sistemáticamente rechazado por Cohen, hasta el punto de mutilar el metraje original y hacerlo desaparecer, hasta que, hará unos siete años, apareció milagrosamente la única copia existente de aquel descarnado documento, en el que Cohen aparece como un ser humano de carne y hueso, y no estamos acostumbrados a eso. Palmer, reconocido documentalista que había glosado anteriormente figuras como Frank Zappa o Cream, pidió una única condición: que no se le cerrara ninguna puerta a su cámara. Así, es Cohen flirteando y sonrojándose al saberse filmado, chocando de frente con la cerrada cultura israelí, devolviendo de su bolsillo el dinero a los asistentes a un concierto que literalmente no pudo dar por haber perdido la inspiración, o Cohen llorando junto a sus músicos porque les había comunicado, instantes antes de una actuación, que sería la última vez que se subía a un escenario. Y entre medias, como si no importara, un puñado de interpretaciones casi místicas, que interpelan directamente al espectador sobre la experiencia de la poesía en absoluta simbiosis compartida. Yo creo que Leonard Cohen nos fascinaba, sobre todo, porque, por mucho que buscáramos, antes de él no había nadie comparable haciendo lo que él hacía, y mucho me temo que seguiremos así tras su muerte.
Se ha ido un maestro, un hombre que escribe, un pájaro que dejó de mecerse en el cable, como siguiendo el ritmo de un vals...
Saludos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
2 comentarios:
¡No tenía ni idea de que existía este documento! Y me encanta Leonard. ¡A buscarlo!
Lo puedes ver en YouTube en inglés.
Publicar un comentario