jueves, 22 de octubre de 2015

La virtud incuestionable



Sí, ya sé que ayer no fue... pero es que no pudo ser. Aun así, y teniendo en cuenta que siempre nos quedará un día de hoy, como el de hoy, hablaré un poco de THE GAMBLER, la original que dirigió Karel Reisz cuarenta años antes de la del otro día. Y muchas cosas se aclaran al verla, por ejemplo que el único remake que merece la pena hacerse es el que no sólo respeta el espíritu de la obra original, sino que capta su esencia, el porqué de su existencia, la intención; la corrige, aumenta y dispara hacia caminos insospechados. Por desgracia, ni Mark Wahlberg, ni Rupert Wyatt, se han enterado de nada. THE GAMBLER, la original, es una película difícil de apresar, con un ritmo interno que es al tiempo pesado y ágil, una especie de sinfonía en sordina sobre un hombre incapaz de separarse de sus miedos y anhelos, débil por su propensión al juego compulsivo y suicida, y fuerte por la forma en que es capaz de afrontar su debilidad, aunque (y éste es el punto más discutido del guion de James Toback) se cobre innumerables víctimas por el camino. Freed, el profesor de literatura (que afortunadamente aquí no va de listillo atormentado), proviene de una familia pudiente, pero su verdadero lugar, donde sus nervios se relajan es en compañía de los seres más abyectos y viles, los corredores de apuestas, extorsionadores, gangsters, chulos, y otros tipos aún peores que, casi siempre, toman a Freed por un loco o alguien que ha dejado de tenerle apego a la vida. James Caan propone un personaje lúcido e intratable, un tipo que parece haber dejado su mirada en algún punto que ya no puede recuperar, y que apenas puede vivir pequeños momentos junto a una chica que intenta comprenderle (una bellísima Lauren Hutton), alabar falsamente a su millonario abuelo o rogar desvalido a su madre para que le dé un último préstamo. El resultado es una película extraña, incómoda, que no es explícitamente violenta, pero que carga su atmósfera de un aire viciado y complicado de respirar; es cine negro pero sin muchos de los elementos que componen y hacen reconocible al género, y al mismo tiempo es una sentida reflexión a la manera dostoyevskiana, sin dar muchas pistas sobre su propia naturaleza, pero exponiendo ésta de forma completamente descarnada.
Hay quien dice que no entendió el final, yo tampoco, pero apostaría (nunca mejor dicho) a que la única forma que Freed tiene de expresar ante el mundo que ya no va a apostar más es jugándose lo último que le queda: la vida. Y aun así no estamos muy seguros de si va a ganar o no...
Muy muy recomendable.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!