viernes, 2 de junio de 2017

Ettore Scola. Un italiano en Italia #22



Hay un momento en SPLENDOR muy amargo y muy dulce, que sabe a victoria moral, y por lo tanto a derrota. El personaje interpretado por Marcello Mastroianni, dueño del cine que da título al film, ha sucumbido ante las deudas y lo ha vendido a un usurero (un notario), pero sólo le ha puesto una condición, previa rebaja de diez mil liras: que le deje darle un puñetazo en público. La cámara sigue a Mastroianni, Massimo Troisi y Marina Vlady, que ya no son dueños del cine, pero han avergonzado al notario; sin embargo, Scola retrocede la cámara y vuelve al lugar de la agresión, y uno esperaría una injuria, un exabrupto. Nada de eso, los nuevos dueños celebran con champán no sólo la adquisición, sino que son diez mil liras más ricos... Y eso es, en esencia, SPLENDOR, la constatación, ya en 1989, del desmantelamiento del cine, de los cines, tal y como los llegamos a conocer algunos, y como otros no llegarán a conocerlos jamás. SPLENDOR coincidió en tiempo y espacio con la de Tornatore, que fue la que se llevó todos los parabienes; pero ese mismo tiempo ha puesto a cada una en su lugar, y es justo reconocer que hay muy poco de esa sensiblería teledirigida en el film de Scola, y sí mucho de carta de amor y rebeldía. Desde el improbable y tierno triángulo amoroso hasta el microcosmos de esa ciudad de provincias, donde hace mucho tiempo alguien colocó una sábana extendida en la que se proyectaba el mundo y que servía para tapar las soflamas a Mussolini. Momentos cruciales, nostálgicos pero también combativos, porque Scola entiende, por ejemplo, que el cine fue el sustituto de la iglesia, compartiendo incluso sus mismas liturgias, o que el exceso de ocio ha terminado por invocar a la abulia, determinando que ir al cine es inútil cuando el mismo día la televisión programa decenas de películas... aunque no haya tiempo de verlas todas.
SPLENDOR es eso, un pequeño y encantador relato, capaz de tomarse licencias tan grandes como programar un striptease en el intermedio de EL ÁRBOL DE LOS ZUECOS (!!!) o rematar la faena a lo Frank Capra, con el pueblo sentándose por la fuerza en las butacas para detener el desahucio mientras alguien toca la armónica y empieza a caer una nevada de esas que sólo caen en las películas...
Yo les diría que vayan al cine, pero es clamar en el desierto.
Saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

¡Cuidao con mis primos!