viernes, 25 de marzo de 2011
La estación del color
Bien, Indéfilos; como lo prometido es deuda (me duele la boca de decirlo), aquí aprovechamos el reciente cambio de estación (algo que suele ocurrir todos los años) para acometer, tal y como lo hicimos el pasado invierno, "Los cuentos de las cuatro estaciones", de Eric Rohmer. Y, evidentemente, hoy debemos hablar un poco de CONTE DE PRINTEMPS, que además, rodada en 1989 y estrenada un año después, fue la primera de esta deliciosa serie de films acerca de los enredos sentimentales de unas personas cualquiera, víctimas de su propio tiempo y circunstancia; todo ello abordado con la claridad y buen gusto de Rohmer y, en este caso, sin ocultar su vocación alegremente pedagógica... ¡Como si el amor fuera una cuestión filosófica!... Pero ¿y si lo fuera? Todo arranca con una joven profesora de Filosofía que no puede quedarse en el apartamento que comparte con su pareja (aquí figura mítica e invisible, simple referente), aunque se trate sólo de un estado emocional; en el lado material, le resultará imposible estar en su propio apartamento, "ocupado" por una prima que prepara su graduación en París. Así las cosas, se irá casi a ciegas a una fiesta donde conocerá a una joven, casi adolescente, con la que conectará de inmediato y que la invitará a dormir en un piso propiedad de su padre, teniendo en cuenta que éste casi siempre está fuera, aunque no esta vez. A partir de aquí, con el campo bien abonado, Rohmer desliza suavemente su elocuente discurso por entre las idas y venidas emocionales, afectivas y amorosas de tres personajes: la hija, con una pareja casi de la edad de su padre y celosa asimismo de la nueva pareja de éste; el padre, desprejuiciado, con necesidades afectivas inmediatas y no tan enamorado de su joven pareja; y la profesora de Filosofía, un personaje ambiguo (casi masculinizado) y huidizo, que intenta no tomar partido en disputas ajenas aunque le coge un saludable gusto a "dejarse llevar" por una suave corriente que primero es la amistad y complicidad de la hija para después enredarse con el inesperado cortejo por parte del padre. Todo muy parisino, localizado sobre todo en una villita de las afueras de las que tanto le gustan a los franceses, cerezos en flor incluidos, con los habituales dilemas burgueses de Rohmer, que en manos de otro serían meros maniqueismos y aquí se convierten en verdaderos tratados humanos con los que (¡ay!, y es el último ay de hoy) muchos nos sentimos tan identificados, que...
Saludos primaverales.
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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...
2 comentarios:
Moral desprejuiciada, antidoctrinaria y ultrapedagógica. Bello momento el de los sonidos de la noche (o algo así). Me he visto casi todas las de Rhomer, favorito de mi amiga de hecho, para el que ha acuñado el inequívoco término de "cine francés social"
Con Rohmer es difícil equivocarse, es apostar sobre seguro...
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