viernes, 12 de septiembre de 2008

Matalaúva Blues

Será que, como decía Dylan, los tiempos cambian que es una barbaridad, pero lo cierto es que se nos antojan complicados los designios por los cuales un autor, a lo largo de una dilatada trayectoria, con funde el ser fiel a sí mismo con autoparodiarse de forma desesperante. En fin.
Soy de los muchos que piensan que Bigas Luna es un tío honesto y con un gran talento, lo que parece no haber sido suficiente para convertirse en ese maestro del cine español a lo Buñuel más explícito o un Berlanga más intimista. BILBAO fue una pequeña conmoción en medio de las desconcertantes directrices que España iba tomando tras la transición. De todos es sabido aquel sórdido panorama cinematográfico llamado "el destape", que trajo más basura y oportunismo que un pretendido canto de libertades o denuncias. Y ahí entra Bigas Luna. El cineasta catalán crea un delicado a la par que contundente mundo propio basado en personajes obsesivos, conductas aberrantes y ningún rastro de autocomplacencia o conservadurismo ¿para qué?; el cine, como otros medios, tenía la obligación de mostrar todo aquello que el régimen había desdeñado, ocultado, perseguido y machacado. El acierto de Bigas Luna es hacerlo de forma natural y precisa, no con los típicos "¡que vienen las suecas!", como si los españoles fueran una raza aparte y no tuvieran perversiones propias.
La película en sí es un modernísimo retrato interior de un hombre atrapado por la obsesión que siente hacia Bilbao, una bailarina de striptease, encarnada por Isabel Pisano (otra licencia). Luego, la trama es tremendamente simple y descarnada, lo que le da ese inquietante aire amateur que descoloca en todo momento al espectador. Lo sigue haciendo ahora, con que imaginen hace 30 añitos. Todo es precsamente calculado por este hombre, que rapta a Bilbao, la lleva drogada a un apartado lugar y la convierte en OBJETO de sus fantasías. Esto es así. En una arriesgada incursión por los recónditos y oscuros recovecos de la psique humana, Bigas Luna nos enseña sin omitir detalles cómo una persona deja de serlo a través de la sumisión más absoluta y pasa a ser no más que un juguete en manos de una persona que es incapaz de satisfacer sus deseos. Cine crudo y conciso, explícito como su director, que luego, sobre todo tras su trilogía ibérica, no ha logrado levantar el vuelo al pasar de ser oscuro e intimista a facilón y provocador por exceso. Aún mantiene una extensa cohorte de fieles que celebra cada trabajo suyo, pero me parece que debía haberse exigido a sí mismo un poco más. En fin.
Maniatados saludos.

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... ¿Y todo esto lo ha hecho usted solo?...
No, necesité estar rodeado de siete mil millones de personas...

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