
Hablamos de una obra maestra absoluta del cine. Hablamos de un film hipersensible y nunca jamás sensiblero. Hablamos de un icono de la rebeldía y el inconformismo, Antoine Doinel, que encarna él solo todo el espíritu de esos cahiers, siempre hacia adeante, sufriendo los miedos y frustraciones de los que le rodeaban y querían infectarle de su miseria moral. Yo he sido Doinel, en la misma medida en la que cualquiera pueda identificarse con su odisea personal; y cada vez que veo LES QUATRE CENTS COUPS me rodea el raquítico aroma de los pupitres y las gomas de borrar y siento el mismo temor e incomprensión ante la injustificada crueldad del profesor que es incapaz de sentir nada dentro de su embrutecimiento de funcionario. Doinel sólo quiere escapar, ver el mar; por eso nos recorre un escalofrío cuando Truffaut se la juega en esa última instantánea sobrenatural, en la que la cámara busca desesperadamente (¿o es a la inversa?) la mirada ávida de sensaciones del niño que ha pasado bruscamente a ser hombre, aunque haya tenido que dejarse la infancia por el camino. Y también a mí me decían que copiaba, cuando en realidad lo único que hacía era la redacción por mi cuenta; el resto, que no se salía del camino marcado, era el que estaba bien mirado... Aún tengo muchas cuentas pendientes con la educación.
Cuatrocientos saludos, si hiciesen falta...
Siempre me acuerdo de esa escena final con Doinel /Truffaut corriendo hacia adelante, hasta que el mar le detiene...
ResponderEliminarAhora, al mirar hacia atrás y ver la carrera del cineasta, parece que la secuencia tiene otro significado: Truffaut(como bien dices)rompe con el cine tradicional y sigue hacia adelante; hasta que se topa con la barrera del cine comercial (¿el mar?). El propio director cayó en la trampa y parte de su cine (casi todo excelente), finalmente, adoleció de mucho de lo que el mismo criticaba.
De acuerdo contigo; Truffaut no tiene un lugar en mi corazón y es por su propia culpa. Pero esta película...
ResponderEliminar